Apodado ya en el año 2000 el Indurain de ciclismo en pista,
 no goza de la misma popularidad que los corredores de las grandes 
pruebas en carretera, pero en los anales del deporte español ocupa un 
lugar de privilegio. No tiene que subir el Tourmalet o el Angliru, como 
los corredores del Tour de Francia o del Giro de Italia, pero los 
aficionados a esta modalidad saben que el ciclismo en pista no es nada 
cómodo. Por ejemplo, según Llaneras, en la prueba americana o madison 
(que se disputa en pareja) se da el relevo cada dos vueltas y media 
porque “vas a 190 pulsaciones por minuto, y a este ritmo es imposible 
seguir”. Llaneras hace al cabo del año unos 25.000 km de competición, a 
una velocidad media de 54 km/h.
Joan Llaneras nació en la ciudad balear de 
Porreres, aunque posteriormente fijaría su residencia en Serinyà 
(Girona), en cuyo instituto estudió el bachillerato. Amigo y discípulo 
de Guillermo Timoner e hijo de otro gran aficionado a la pista, 
Francisco Llaneras, Joan estaba predestinado al velódromo. Superada la 
adolescencia, medía 1,80 metros y pesaba 65 kilos, con 45 pulsaciones 
por minuto en reposo, lo que le permitía recuperarse de inmediato, al 
estilo de Eddy Merckx o del futbolista Johann Cruyff. A pesar de la 
oposición de su madre, Cecilia Roselló, acudía al circuito de Algaida, a
 13 kilómetros de su casa. Allí forjó su dominio de la bicicleta.
Su padre lo puso a las órdenes de un gran 
preparador, Antonio Cerdá, ex seleccionador nacional, quien también se 
hizo cargo del futuro campeón olímpico José Manuel Moreno. De inmediato 
ya no tuvo rival en las pruebas locales, lo que llamó la atención de los
 ojeadores del ciclismo en carretera, donde se ganaba más dinero.
Finalmente, en 1991 fichó por el Grupo Deportivo
 ONCE, en el que su función se limitó a ser gregario de los líderes del 
equipo, como Alex Zülle o Laurent Jalabert, tanto en el Tour de Francia 
como en la Vuelta a España. Tras cinco años en el equipo, su palmarés se
 limitó a la victoria en una contrarreloj en la Ruta del Sol y en una 
etapa en la Vuelta a Mallorca. Estos exiguos resultados le convencieron 
de que en aquel terreno jamás prosperaría. Un enfrentamiento con el 
director del equipo, Manolo Saiz, en 1996 acabó por decidir su marcha.
Pero no se quedó en paro, gracias a la 
intervención del entonces presidente de la Federación Española de 
Ciclismo (FEC), Juan Serra. Durante aquellos cinco años no había dejado 
de entrenarse en pista. Abandonado el ciclismo en carretera, fue 
seleccionado para los Juegos Olímpicos de Atlanta, en 1996.

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